O conhecido e amplamente utilizado Facebook – carinhosamente apelidado de rede social apesar de não passar de um “fake” book – pode ser um eficaz meio de entretenimento caseiro. E, financeiramente, acessível, culturalmente falando. Ao que para o caso das artes, se junta outro atributo: um eficaz meio de publicidade.
É claro que, para além de publicidade a eventos que correm, a maioria dos “posts” são excertos de obras de toda a espécie e estilo de dança, que o Youtube passou a ser fonte inesgotável de pesquisa e visionamento. Esse fenómeno é extraordinário pois hoje praticamente tudo é partilhável e o secretismo com que a dança era há uns escassos 25 anos era tratada dentro dos teatros foi completamente varrido da face da terra, com a generalizada utilização da Internet. O que tem muitas vantagens para o público e artistas-intérpretes, a mais completa democratização da dança, apresenta inconvenientes óbvios para os criadores, a nível de direitos autorias e de uma liberdade que pode ser algo perigosa pois os critérios artísticos facilmente vão por água abaixo. Basta ver como hoje se pega em obras do reportório académico-clássico (qual património cultural intangível da Humanidade) e se esquarteja, se desequilibra e se traveste de um modernismo balofo a que ninguém põe travão! E quanto mais dinheiro há para este tipo de aventuras inconsequentes, piores são os resultados pois a tecnologia de ponta ao, furiosamente, entrar em acção, quantas vezes, abastarda completamente o sentido e põe em causa o próprio estatuto da obra. Nada mais perigoso, pois, que sacrificando tudo e todos ao primado do visual, em detrimento do conteúdo (e muito pior que isso, do “estilo” que é a premissa que no tipo de dança em causa deverá sempre ser uma baluarte da maior importância) a dança acaba por caminhar no fio da navalha ficando vulnerável ao mais completo esvaziamento. Ainda que a técnica electrifique as audiências e se sobreponha a enredos que, normalmente, são muito pouco credíveis se por tal, hoje, mal aceites pelos públicos mais jovens, a metáfora e o simbolismo têm que se aliar e prevalecer sobre um mero circo de ocasião.
Ainda que, no “Face”, tudo seja tratado “pela rama” (essa é, mesmo, parte da sua natureza e muito da sua essência), por vezes surgem textos que suscitam – para além de um simples click, like ou comment – alguma curiosidade e discussão, sobretudo quando eles são “postados” pelos próprios autores que os passam dos seus locais de publicação original (jornais e revistas) para um convívio mais informal com as “amigos” virtuais!
E por vezes esses trabalhos vivem mais que uns escassos minutos, pela continuada visita e, sobretudo, pelos sucessivos comentários.
Esse é o caso do texto que abaixo s e reproduz, por generosa partilha do crítico cubano-espanhol, sedeado em Madrid, Roger Salas, autor do blog “Por Pies”.
Como o autor explica é :
“Un espacio para la reflexión y la crítica de la danza y el ballet. Su historia y avatar en el mundo global, los cambios estéticos y los nombres propios en una escena universal y dinámica. Ballet clásico, moderno y contemporáneo; danza actual y teatro-danza; ballet flamenco y danza española; festivales, teatros y compañías, diseños, música y tendencias; los grandes coreógrafos junto al talento emergente. La DANZA es una y así debe glosarse y ser estudiada desde todos sus ángulos, como verdadera materia de cultura.”
Apogeo de la técnica y línea de la bailarina
Por: Roger Salas | 16 de março de 2013
Lucia Lacarra y Marion Dino no adágio do II acto do “Lago dos Cisnes”. (Cortesía do fotógrafo Jesús Vallinas)
Constantemente encuentro en blogs, Youtube, Facebook y otras redes sociales fotos de bailarinas y bailarines de ballet haciendo “proezas”, o lo que el entusiasmo (casi siempre más balletómano que científico) entiende por proeza corporal, es decir: grandes saltos, grandes extensiones, vídeos de muchas acrobacias, pies de empeines prodigiosos y líneas cada vez más alargadas. Sintiéndolo mucho, tengo que ratificarme en que todo eso tiene poco que ver con el ballet como resultado artístico. Quiero decir que esas “proezas” en sí mismas no reflejan nada de arte ni pueden ser consideradas como avances significativos en las formas y las maneras de bailar. Bailar es reunir sobre la música las cualidades del movimiento, mientras más depurado mejor, pero siempre dentro de los límites y cánones que marcan el estilo y la estética propios del baile que se representa. La técnica del ballet se ha esforzado en una loca carrera que la acerca peligrosamente a los deportes de competición, siendo cada vez más ampulosa en su exigencia y alejando los límites más allá de lo aconsejable si de arte estamos hablando. Digamos que todo esto empezó hace un cuarto de siglo más o menos, en un creciente anhelo por dibujar cada vez pasos más arriesgados y figuras más extremas. La discreción en la exposición de cualquier dibujo coreográfico se tiene hoy conceptualizada como timidez y descalifica al intérprete. Hoy en día los límites de las figuras básicas, del “arabesque” al “attitude” o el “arabesque penchée” (esquemáticamente hablando, con sus variantes y combinaciones) no están dados por la estética, sino por su extensión, su extremo. Mientras más alto mejor, y esto es parte del desastre. ¿Por qué la bailarina debe rascarse la oreja con la punta de la zapatilla cada vez que eleva su pierna al aire buscando un dibujo que antes fue preciso y armónico y ahora sólo significa “extensión”? Todas las alumnas de ballet de más de tres generaciones han crecido con un póster de Sylvie Guillem en su habitación. Ahora Guillem ha sido sustituida en ese iconostasio por Svetlana Zajarova. El efecto es el mismo y es igual de nocivo. Cuando la Academia Vaganova y el Teatro Mariinski de San Petersburgo empezaron a exportar hace 20 años a sus nuevas bailarinas, mucho más delgadas, uniformes y con largas piernas siempre mirando el cielo, tanto el público como la crítica, saludó la llegada de un nuevo perfil de artista; había sido un proceso lento de estilización, pero no siempre en la dirección adecuada; también se hablaba de la influencia americana, de la idealización de la bailarina según Balanchine. Eso es mezclar churras con merinas. El Ballet de la Ópera de París y su escuela adjunta también se movieron ya durante décadas en la misma dirección, hacia los mismos resultados plásticos. Ya Guillem entonces no era la “excepción francesa” en solitario, y en los conservatorios se luchaba contra natura porque todas las futuras “ballerinas” (ya fueran de fila, ya fueran con aspiraciones solistas) tuvieran ese perfil magro y muy vertical. ¿Cómo se combinaba esa línea forzada con el estilo de las obras, con la musicalidad y con la potencia necesaria? Eso pareció no importar ni a maestros ni a directores de grandes compañías; los coreógrafos eran parte interesada también. Mandaba (y manda hoy) la línea. Una línea que a la vez es la agonía de otros elementos formales de la danza misma. La terrorífica idea del clon se hizo más patente cuando, en los requisitos para acceder a las audiciones de los grandes conjuntos, y de repente, la estatura mínima se elevó varios centímetros, para ellos y para ellas. Los métodos en la didáctica afincaron las sesiones de estiramientos y se ha llegado a un verdadero comportamiento adictivo en la sala de trabajo para obtener líneas más largas y pies más dignos de una foto en Facebook o de un concurso; en paralelo, el control sobre las dietas es una batalla casi perdida en todas partes.
Hace unos años, un crítico inglés advertía que siempre ha habido excentricidades en lo técnico en ballet, que la alarma, y lo serio, lo grave del asunto estaba en que esas mañas y trucos físicos se habían establecido como una corriente principal dentro del gran ballet (muy aplaudida por la balletomanía) y que estaba afectando seriamente su estética. La morfología del cuerpo del bailarín y de la bailarina es algo delicado y particular, una combinación llena de pericia tras los años de aprendizaje donde se combinan la flexibilidad con las posibilidades de la tensión muscular. Pero es arte, sobre todo arte y búsqueda artística. No puede alimentarse fanáticamente una fotogenia afectada y enfermiza que a fuerza de estilizar, desvirtúa la figura humana. Hay una creciente contaminación entre el ideal estético de la modelo de pasarela y la bailarina de ballet: otro drama. Los fotógrafos retocan indolentemente las imágenes publicitarias, pero, como me explica un médico especializado en estos asuntos, para un bailarín la presencia de una cierta cantidad de grasa corporal es útil, es necesaria, es la fuente matriz de combustión para sus momentos de gran despliegue corporal, de gasto. La moda de los hombres delgados y muy verticales, también hace estragos en las nuevas generaciones, aunque por fortuna, los chicos deben mantenerse entrenados en su sector fuerza para poder elevar a las bailarinas (que cada vez pesan menos) y eso los lleva frecuentemente a los gimnasios como ayuda. Evidentemente, el problema es más grave, agudo y evidente entre las mujeres, pero también compete a los varones. La situación es de emergencia y está envuelta en el fragor del tul y el brillo, del aplauso fácil y del resbaladizo terreno de las dependencias, tanto emocionales como puramente fisiológicas. Suele invocarse la necesidad de salvaguardar el repertorio académico y clásico pero a la vez debemos aprender a salvar a las bailarinas y a los bailarines, sanear la apreciación estética de una moda que ciertamente será pasajera, pero puede lastrar para siempre al arte de la danza (su ideario) y sacrificar de paso a muchos artistas que se miran en un espejo equivocado.
Svetlana Zakharova no “Cisne Negro”, do III Acto do “Lago dos Cisnes” .
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