A escritora Isis Wirth publicou uma obra que abrage dois vectores muito caros à dança clássica cubana: “Paixão pelo poder” e “Pântano para um cisne”. Os dois subtítulos para o livro recentemente publicado pela conhecida crítica de dança cubana, actualmente, a residir na Europa.
Alicia Alonso, leve, en puntas y con los brazos al ritmo de la despaciosa armonía de las olas del Caribe, le ha dado a la danza una combinación bendita de gloria y escuela. Pero el libro La bailarina y el comandante. Historia secreta del Ballet de Cuba (2013), de la periodista y crítica Isis Wirth (La Habana, 1964), muestra a los lectores que esa conquista es inseparable del régimen totalitario instalado por Fidel Castro en 1959.
La escritora, colaboradora de los principales medios especializados de Europa y América Latina, trabajó 10 años en la compañía cubana de ballet. Ahora dice que el libro, publicado en París por François Baurin, «es la historia de un pacto fáustico entre una artista y un dictador».
Para mí, es una crónica reveladora y precisa escrita en buena prosa con visitaciones a la poesía. Son 230 páginas que repasan los vínculos y las complicidades entre dos personas que utilizan los dominios del arte y la política para vivir y experimentar una pasión común: el ejercicio del poder.
Isis Wirth entra a esta obra con una experiencia como crítica que tiene el respaldo de otro libro de resonancias, Después de Giselle (Aduana Vieja, 2008), y con la fuerza de su testimonio personal, porque se movió a lo largo de una década en la parroquia misteriosa del conjunto de bailarines donde se podían confundir en los camerinos los tramoyistas que usaban zapatillas y los que se ponían guayaberas y no bailaban ni comían frutas.
La señora Wirth, exiliada en Suiza, narra los primeros destellos de Alicia Alonso como estrella del ballet en los Estados Unidos en la década de los 40, y relata cómo, a los pocos meses de su entrada en La Habana tras la derrota de la tiranía de Fulgencio Batista, Fidel Castro se presentó por sorpresa en la casa de la bailarina para ofrecerle la financiación completa de la compañía.
El libro cuenta el duro trabajo de Alicia Alonso para proteger a los bailarines de la persecución oficial a los homosexuales. Recuerda que la primera deserción masiva de integrantes del cuerpo del ballet se produjo en la capital francesa, en 1966, cuando 10 artistas pidieron asilo político sin esperar ni siquiera la segunda función, porque temían que al regresar a Cuba los remitieran al gulag tropical del momento, las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap), destinadas a jóvenes homexuales, creyentes o enemigos del socialismo.
La periodista asegura que unos 180 bailarines han abandonado el ballet para irse a vivir y a trabajar al extranjero. A principios de este mes de abril, recuerda, otros siete jóvenes se asilaron en Ciudad de México.
Alicia Alonso, dice la escritora, encontró en la dictadura «un medio de hacer realidad sus propios sueños, de satisfacer sus ambiciones: crear una compañía internacional de la que sería la dueña absoluta y que sería el marco de su gloria».
La bailarina y el comandante es un acercamiento lúcido, directo y sin temblores a la relación patológica entre el arte y la propaganda. Es una propuesta, basada en la realidad y las estadísticas, en contra de la gerontocracia. Y un homenaje al poeta que, hace muchos años, le dedicó esta cuarteta a la gran bailarina cubana. Dice así: «El bailarín que aquí ves,/ tiene una rara torpeza:/ destruye con la cabeza/ lo que hace con los pies».
Raúl Rivero
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Todo el mundo tiene su precio. Así pensaba el multimillonario Howard Hughes (1905-1976), que acuñó la conocida sentencia. Al parecer, 200.000 pesos fue el precio de Alicia Alonso, según afirma la escritora Isis Wirth (La Habana, 1964) en su nuevo libro La ballerina & El Comandante (Editor, François Bourin), primera biografía en francés de la Prima Ballerina Assoluta y fundadora del Ballet Nacional de Cuba (BNC). Graduada en Historia del Arte, la autora trabajó durante una década en el BNC, época en la que dirigió el programa radiofónico “Ballet”. Actualmente afincada en Suiza, Wirth publica así su segundo libro, tras Después de Giselle (Aduana Vieja, Valencia, 2008).
Con el quíntuple de la cantidad ofrecida por el presidente Fulgencio Batista (1901-1973), Fidel Castro y ‘La Cobra Negra’ —apodo impuesto en su etapa en el American Ballet Theatre— sellaron un pacto de mutua colaboración que, superando todo tipo de obstáculos y circunstancias, ha pervivido durante más de cinco décadas. Ésa es la tesis principal que sostiene la escritora y crítica de danza cubana a lo largo de las 240 páginas de su ensayo. Según su punto de vista, la pasión sin mesura por el poder es el pegamento que ha unido el destino del dictador y la diva del ballet. De un parte, para los hermanos Castro —Fidel y Raúl—, el Ballet Nacional de Cuba era una eficaz herramienta de propaganda a nivel internacional, así como un valioso embajador cultural de la Isla. Para Alonso, la consecución del poder por los Castro le puso a sus pies todos los recursos económicos, de infraestructura y lazos políticos para alcanzar su sueño: una compañía internacional de primera línea, el nacimiento y consolidación de la escuela cubana del ballet, y, sobre todo y por encima de todas las cosas, la consagración de la ‘Gitana Cubana’ como la Assoluta sin parangón.
Hija de Antonio Martínez, veterinario del ejército, y de Ernestina del Hoyo, modista, Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, la menor de los cuatro vástagos de la pareja, nació en la Habana el 21 de diciembre de 1920. Siguiendo los consejos del médico de la familia, la joven Alicia comenzó a tomar clases en la academia de Pro Arte Musical con el profesor ruso Nicolás Yavorsky, haciendo su debut en escena a la tierna edad de once años, en el rol de las pequeñas ratas del vals de “La Bella Durmiente”, en el Teatro Auditorium de la capital cubana —hoy Teatro Amadeo Roldán—. En las aulas de Pro Arte Musical, la aún Alicia Martínez coincidió con los hermanos Fernando (La Habana, 1914) y Alberto Alonso (La Habana, 1917 – Gainsville, Florida, 2007), junto con los que forjó el triunvirato que revolucionó la danza en la Isla. Dispuestos a experimentar el sueño americano, Alicia y Fernando se establecieron en Nueva York y contrajeron matrimonio civil a finales del invierno de 1938. Alicia adoptó legalmente el apellido de su marido, Alonso, y de esa unión nació la única hija de la Assoluta, Laura. Su curriculum personal se completa con un segundo matrimonio en 1975, con Pedro Simón, crítico de danza, director de la revista Cuba en el Ballet y del Museo Nacional de la Danza del país caribeño.
Dentro de su trayectoria profesional, Alicia estrenó su etapa americana bailando en musicales de Broadway como “Great Lady” (1938) o “Stars in your eyes” (1939). Posteriormente, se unió al Ballet Theatre —denominado American Ballet Theatre, ABT, a partir de 1956—, dirigido por Lucia Chase y Richard Pleasant. Con la compañía estadounidense vivió uno de los grandes hitos de su carrera. La repentina enfermedad de Alicia Markova (1910-2004) le ofreció la oportunidad de encarnar el rol de “Giselle”, el 2 de noviembre de 1943. Cuenta la leyenda que el éxito fue fulgurante y que, según salió de escena, un balletómano le arrebató las zapatillas de punta de sus pies, exclamando: “¡Para la historia!”. A partir de entonces, el rol de la frágil campesina traicionada y transmutada en espíritu de doncella doliente —Willy— se convirtió en un emblema para la Assoluta cubana. En el ABT, ‘La Cobra Negra’ trabajó con grandes coreógrafos del siglo XX como Michel Fokine, George Balanchine, Léonide Massine, Bronislava Nijinska, Antony Tudor y Agnes de Mille, entre otros. Formó pareja artística con Igor Youskevitch (1912-1994), con quien fue invitada a los Ballets Rusos de Monte-Carlo. Pero no todo fueron mieles en su periplo americano, sufrió su primer desprendimiento de retina del ojo derecho, en 1941. Sus problemas de visión marcaron de forma trascendental su devenir sobre los escenarios.
Paralelamente a su carrera internacional en los principales teatros del mundo como el Bolshoi de Moscú o el Kirov de Leningrado o con las compañías más prestigiosas como el Ballet de la Ópera de París o el Real Ballet de Dinamarca, la ‘Gitana Cubana’ fundó el Ballet Alicia Alonso, el 28 de octubre de 1948, embrión de lo que más tarde se denominó el Ballet Nacional de Cuba (BNC), nomenclatura que adopta en 1959, año del triunfo de la revolución castrista y año en el que, además, fue nombrada Prima Ballerina Assoluta. Como complemento a su compañía homónima, fundó en 1950 la Academia Nacional de Ballet Alicia Alonso, donde se forjaron las siguientes generaciones de bailarines cubanos y se pergeñó el método pedagógico de la calificada como escuela cubana de ballet. Inicialmente, fue dirigida por Fernando Alonso y, desde 1965, por Ramona de Saá (La Habana, 1941).
La ballerina & El Comandante explora con todo lujo de detalles y una abundante documentación la interrelación entre Alicia Alonso y los hermanos Castro. Por devoción ideológica o por conveniencia al hilo de sus propias ambiciones, la ‘Cobra Negra’ fundó un emporio de ballet en la Isla, a cambio de ser fiel a los principios fundadores del castrismo, según sostiene Wirth en su extenso ensayo. Episodios como la celebración de la “epopeya castrista y la victoria del pueblo” con el estreno de “Despertar” (24 febrero 1960) o el homenaje a Tania la guerrillera (1968) son una muestra de la connivencia con el poder. A lo largo del más de medio siglo de coexistencia entre Alonso al frente del BNC y los hermanos Castro también ha habido fricciones y situaciones problemáticas como las detenciones de miembros de la compañía por las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) a consecuencia de su homosexualidad o la deserción de diez integrantes de la formación durante su participación en el Festival de París (1966).
El deseo irrefrenable de continuar sobre los escenarios hasta avanzada edad, convirtió a la entonces septuagenaria Alicia Alonso en una caricatura de la excepcional bailarina que fue en su juventud. En opinión de la escritora cubana, este hecho supuso un freno para la carrera de generaciones de bailarines isleños como las denominadas por el decano de la crítica de danza Arnold Haskell ‘cuatro joyas del ballet cubano’ —Loipa Araújo, Aurora Bosch, Josefina Méndez y Mirta Plá— o impulsó el nacimiento del movimiento contestatario de las ‘cartistas’ —Rosario Suárez, Mirtha García y Caridad Martínez—. Las hermanas Feijóo —Lorena y Lorna—, los Carreño —José Manuel y Joel— o Xiomara Reyes son algunos de los exponentes más recientes de la escuela cubana. Según el punto de vista de la autora, en la actualidad, Carlos Acosta (Los Pinos, 1973), el ‘Mulato de Oro’, proyecta su sombra sobre el imperio de Alicia Alonso, con claras aspiraciones a perpetuar su liderazgo internacional en el ballet dentro de la Isla. Difícil el desafío del ‘Misil Cubano’: epatar a la Assoluta, sus prestigiosos premios internacionales, sus numerosos doctorados honoris causa, sus 130 distinciones nacionales y 180 reconocimientos mundiales es un reto de enormes dimensiones.
Pero la nonagenaria Prima Ballerina Assoluta ha sobrevivido al MacCarthysmo, a la Guerra Fría, a un mundo dividido en bloques, a sus problemas de visión, a la deserción de miembros del BNC, a traiciones profesionales y personales e incluso al propio Fidel Castro en el poder. Según la tesis de Wirth, como una perfecta encarnación de una Willy de su emblemático título “Giselle”, Alicia Alonso ha sido fiel a su promesa con los Castro para mantenerse mutuamente en el poder, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la adversidad y hasta que la muerte los separe. Aunque, atendiendo a diferentes declaraciones de la ‘Cobra Negra’, ella promete vivir 200 años, así que, aún siendo la Isla un estado laico y socialista, ¡Dios salve la Reina del Ballet Nacional de Cuba! ©cubaencuentro.com
por Iratxe de Arantzibia
Ya se ha escrito mucho sobre el ballet en Cuba, pero el nuevo libro que lleva la firma de Isis Wirth, escritora cubana de gran capacidad, revela infinidad de sucesos, desconocidos hasta el presente por la mayoría de los que nos interesamos en el divino arte de la danza académica.
Su título, “La Ballerine & El Comandante”: La historia secreta del Ballet en Cuba, ha sido editado en Francia por Francois Bourin. Los 10 capítulos que lo componen, son proveedores de vital información sobre lo que ha sucedido en Cuba en materia de danza clásica, (y política, también. Es imposible desligar lo uno de lo otro). Es por ello que se hace imprescindible sea traducción al español — que no dudo sería un “best seller” — y también al inglés. Nada mejor que enterar a los que se comunican en la lengua de Shakespeare, sobre lo que dio paso al ballet clásico en Cuba. Sin duda alguna, un tema que trasciende fronteras.
Para dar comienzo a la historia de la compañía nacional cubana, en el primer capítulo, titulado “Nace una estrella” (Nassaince de´une ètoile), la autora echa mano a lo firmado por Charles Payne en el libro “American Ballet Theatre”, grueso tomo publicado por Alfred Knopf en Nueva York, en 1989. Las querellas que Payne relata, muestran a Alicia Alonso (la Cobra Cubana, según el apodo que le daban los miembros de la compañía en aquél entonces) en querellas contra una de las bailarinas principales.
La prima ballerina assoluta, sobrenombre usado frecuentemente para denominar a la diva, fue la tercera Alonso (adquiriría el apellido por su primer matrimonio con Fernando en 1938) del triunvirato que propició la fundación de una compañía cubana de ballet clásico en la isla, la cual sería bautizada con el nombre de Ballet Alicia Alonso (BAA). Fernando Alonso sería el director artístico, su hermano Alberto Alonso, el coreógrafo-en- residencia y Alicia, la estrella, continuaría libre para cumplir sus contratos en el extranjero. La premiere tuvo lugar en el teatro Auditórium, el 28 de octubre de 1948.
El BAA, precursor del Ballet Nacional de Cuba (BNC), nació gracias a los tres Alonso, sin olvidar a los 11 bailarines procedentes del Ballet Theatre (BT) que se encontraban en Cuba, y estuvieron prontos a unirse al plan. Contando con la ayuda de la benemérita institución Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, los tres Alonso iniciaron el trabajo y como apunta el conocido dicho, lo demás es historia.
El libro de Isis Wirth ha logrado una buena exposición en la red cibernética, donde a menudo aparecen capítulos del mismo, ya traducidos al español. No dudo que la libre traducción, ha sido hecha por alguien que domina el idioma; así ha llegado a mis manos y motivado la reseña que ahora me ocupa.
Continuando con lo expuesto en el capítulo II, titulado “Rouge Ballet” (Ballet Rojo), aparece en él una carta firmada por Carlos Rafael Rodríguez, conocido miembro del partido comunista de Cuba, fechada en 1981, en la que comenta el viaje que la Alonso hizo a la entonces URSS en 1957/58, el cual, según opinión de Rodríguez, fue motivado por la simpatía que Alicia sentía ya por las doctrinas de Lenin.
Los conocimientos que la familia Alonso poseía de Unga desde tan lejana época, incluían su fortaleza de carácter. Sus ideas políticas, si alguna vez tuvo alguna, no las había exteriorizado aún. Lo principal en ella era lo que siempre ha sido y continúa siendo: su extremado que “alicismo”. No se puede dudar que la bailarina y el Comandante sean almas gemelas. Terciando sobre ese viaje a la Unión Soviética, la Secretaría de Estado de los EE.UU. siempre ha propiciado programas culturales como viajes, etc. y tuvo mucho que hacer con la visita del matrimonio Alonso a la sede del comunismo, donde Alicia bailaría en varias ciudades, con Fernando, alentándola en cada paso.
En el capítulo III, “Los beneficios de la revolución”, se detalla la propaganda a la que se avenía la compañía. Allí aparece un párrafo que cuenta minuciosamente los ballets de propaganda que se crearon en esa época (1965 a 1977, aproximadamente).
En “¿Territorio protegido?“, que ocupa el espacio del capítulo IV, Wirth incluye un párrafo que la autora llama “Alicia y la UMAP”, referente a las batallas que daba Alicia por los bailarines de la compañía, para evitar que fueran enviados a los llamados “campos de concentración”, establecidos por el régimen para “sanar” a la población cubana homosexual. De esto haber sucedido, la carrera de muchos de ellos habría tenido un triste final, perjudicando enormemente al BNC.
El capítulo V, “ Les annes fastes” o Los años de esplendor) señala, que a pesar de la importancia de la compañía, las incidencias de peticiones de asilo político iban en aumento, especialmente cada vez que salían en giras artísticas por el extranjero. Esto continúa y continuará sucediendo, mientras la assoluta se niegue a traspasar la batuta (la dirección de la compañía).
Comentando más ampliamente sobre las fugas, la primera sucedería en París, en 1966, donde 10 bailarines solicitaron asilo político. Entre estos estaba Lorenzo Monreal (ya fallecido), quien por un tiempo estuvo casado con la hija única de los Alonso, Laura, que dio como fruto a Iván Monreal Alonso. Los “Diez”, según el sobrenombre que identifica al grupo, lograron conseguir el asilo en la capital francesa. La lista de disidentes continuó con Miguel Campanería, del que muy poco se ha hablado, quien pidió el asilo en Montreal, Canadá, en 1971, durante la primera gran gira artística que la compañía haría a ese país.
La partida de Jorge Esquivel es comentada ampliamente en esta historia. Abandonar la compañía para luego asilarse, causó grandes penurias a la propia bailarina, ya que Esquivel había sido un dedicado compañero por largo tiempo, precisamente en los años en que la assoluta ya comenzaba a mostrar decadencia física. Sobre esto, un bailarín amigo me explica que no es fácil elevar un cuerpo declinante, que no presta ayuda al compañero con algún empuje de su parte.
Continuando con el tema, si bien fue anterior a esa época (en 1968), hice un viaje a Toronto, donde me encontré con Alberto Alonso, quien me pidió que, como ciudadana cubano-americana, lo presentara ante el Cónsul General de EE.UU. en esa ciudad. No cabía dudas: El coreógrafo también deseaba solicitar asilo político. Lamentablemente, su petición fue denegada. Sin embargo, Alberto lo conseguiría en 1993, cuando su hijo Albertico Alonso Calero, llegó a los cayos estadounidense en una frágil barca, en busca de la “ansiada libertad”, como repetiría en entrevistas que siguieron.
En el capítulo VI, titulado “Los estragos de la tempestad”(Les orages de la tempête) , o “La Decadencia”, Wirth detalla las penurias que la población comenzaba a experimentar (1992) que copio textualmente: “Los bailarines podían irse, uno tras otro, pero la vieja diva, cada día más limitada, continúa impertérrita, ejecutando lo que ella considera es ´baile´… Francamente ridículo….”
Me atrevo aquí a opinar que llamar a Alicia, “coreógrafa”, aunque sea cruel decirlo por sus razones físicas tan limitadas, es una burla. En el difícil arte de la danza clásica, hacer coreografías no es solamente mandar al bailarín a ejecutar ciertos pasos, frente a un espejo que no perdona. Sobre ese arte, sabemos que un coreógrafo ordena los pasos por sus nombres, pero infinidad de veces tiene que ejecutarlos él mismo, para que el estilo deseado sea entendido a plenitud.
Continuando con el texto, “El movimiento carista” que fue poco conocido, expone el descontento que muchas bailarinas han experimentado antes y ahora, por la mano de hierro de Alicia, con referencia especial a sus roles favoritos (“Carmen” viene a la mente). Algunas, como es el caso específico de Rosario (Charìn) Suárez, esperan demasiado para marcharse al extranjero.
Para concluir, el capítulo titulado “La derrière valse?” (¿El último vals?) Wirth traslada a los lectores a los inicios de la danza clásica en Europa, particularmente en Francia, durante el reinado de Luis XIV. Estimo, no obstante, que muy poco podían asemejarse los miembros de la exquisita corte, a los toscos guerrilleros que, con rosarios religiosos alrededor del cuello, bajaron de la Sierra Maestra para propiciar que los Castro se adueñaran de la que fuera bella isla caribeña, y la convirtieran en su posesión privada.
Wirth parece desear que se establezca una comparación entre los deseos del monarca, con los de Fidel Castro. Cuando el guerrillero le preguntó a Fernando Alonso, en 1959, en su calidad de director artístico de la compañía, qué cantidad de dinero necesitaba para poner en marcha al Ballet de Cuba, Fernando citó una cifra elevada que Castro aceptó… ahora era solo cuestión de preparar programas y rehabilitar sus filas (la Academia de Ballet, fundada por él – NO por Alicia, cumpliría con ello). Exportar su “fidelismo” entre bastidores, no parecía ser dádiva demasiado costosa.
¿Sería acaso la creación de los “comités de seguridad” (Comités de barrio, mayo 6 de 1960, en el estudio de danza de la compañía, en el barrio de El Vedado), el pago del agradecido maestro a la revolución? Todo cabe en lo posible. En el acta levantada ese día, aparece el nombre de Fernando como encargado de las finanzas, y el de Alicia encabeza la lista de vocales.
Entre los relevantes sucesos que vinieron después (y para ellos me remito a la historia y a mis recuerdos), hay que mencionar el divorcio de Fernando y Alicia, en 1964, y el “exilio” de Fernando en Camagüey, donde por muchos años dirigiría el conjunto local. En la actualidad, con 98 añoss de edad, mantiene un humilde perfil en las actividades danzarías de la capital habanera, sin embargo, su presencia es requerida a menudo fuera de Cuba. Su prestigio como maitre, es reconocido y apreciado mundialmente.
El coreógrafo Alberto Alonso, terminó sus años como maestro, en el Santa Fé Community College de Gainesville, U.S.A. Allí falleció el último día del año 2007. Su legado, no obstante, se reduce a “Carmen”; las otras obras clásicas que hizo, creadas mayormente para la Escuela de Baile de Pro-Arte Musical o para el BNC, han sido archivadas y no han vuelto a ser presentadas en ningún escenario de Cuba. Resulta una verdadera pena que su magnífico “Concerto” de Bach (Escuela de Baile de Pro-Arte, 1943), creado para su primera esposa, la canadiense Patricia Denise, que entonces ostentaba el nombre de Alexandra Denisova, como miembro del Original Ballet Russe de De Basil, se haya perdido.
La escuela nacional, que continúa produciendo magníficos bailarines, la dirige desde hace varios años, Ramona de Sáa, a quien pocos fuera de Cuba conocen. No obstante, el producto más determinante de la excelencia de De Sáa como maestra, es el bailarín Carlos Acosta, quien ha reconocido públicamente la importancia que su profesora ha tenido en sus éxitos profesionales.
“Un tragique empire” (Un imperio trágico”, que pone fin a la interesante lectura, no necesita traducción. Su título lo dice todo. Solo pido al lector que repase lo leído y saque sus propias conclusiones. “La ballerine & El Comandante” ofrece una magnífica lectura, especialmente para los que saben poco del desarrollo de ese arte en la perla de las Antillas.
por Célida Villalón